«La Casa de los Encuentros», por MARTIN AMIS (fragmentos escogidos)

Godofreda quedó conmocionada tras leer esta brutal joya de Amis.

El vasto territorio siberiano, la inmensidad verde oliva -te asustaría, creo; pero hace que los rusos se sientan importantes-. La masa de la tierra, del campo, el tamaño de su parte del planeta: eso es lo que nos obsesiona, eso es lo que subvierte la cordura del Estado… Estamos avanzando hacia el norte, pero río abajo. Lo cual se percibe como anómalo. Desde cubierta es como si el barco estuviese inmóvil y fueran las orillas las que se desplazan. Estamos quietos; las orillas fluctúan, cabecean. Eres impelido hacia delante por una fuerza que se desplaza en sentido contrario. Tienes la sensación, también, de que te ciernes sobre los hombros del mundo y te diriges hacia una catarata infinita. Donde empezarían los monstruos*.

*Here be the monsters (literalmente: «que aquí estén los monstruos»): leyenda en ciertos mapas naúticos antiguos que indicaban dónde empezaba lo desconocido (zona ilustrada a menudo con dibujos de monstruos).

*

Sabemos muchas cosas sobre las consecuencias de la violación –para la violada, se entiende-. Pero se ha pensado muy poco en las consecuencias de la violación para el violador, lo cual es comprensible. En la peculiar repercusión de su tristeza poscoito, por ejemplo; no hay animal más triste después del ayuntamiento carnal que el violador… En cuanto a los efectos a más largo plazo, sólo hoy empiezo a entender a los que se obraron en mi persona. He aquí la forma mental que adoptaron: no podía ver a una mujer en su totalidad, intacta y entera. Ni siquiera podía ver el cuerpo femenino como un todo.

*

Durante todo ese tiempo me había estado preguntando cómo había sucedido…, cómo había permitido –sin la menor resistencia por mi parte- que alguien tuviera tal poder para herirme… En la boca no sentía el habitual babeo lento sino una aridez humilde: la garganta doliente de quien está perdidamente enamorado. Actuaría, sin embargo; actuaría. Y Rusia acudiría en mi ayuda. Ya sabes, cuando las profundidades se agitan de tal modo, cuando un país emprende el rumbo hacia la oscuridad, tú no lo vives como horror sino como irrealidad. La realidad no pesa nada, y todo está permitido.

*

A tus pares, a tus iguales, a tus confidentes de Occidente, el único escritor ruso que les sigue diciendo algo es Dostoievski, auqella vieja cotorra, aquel presidiario, aquel genio. Todos vosotros lo amáis porque sus personajes están bien jodidos A PROPÓSITO. Y es esto, al fin y a la postre, lo que no pudo soportar Conrad del viejo «Dusty» y sus chiflados sagrados, sus personajes encopetados sin blanca, sus estudiantes famélicos y sus burócratas paranoicos. Como si la vida no fuera ya lo bastante dura, se dedican a la invención del dolor.

*

A una de las escuetas características de la vida rusa que aventura Conrad -la frecuencia de lo excepcional- yo añadiría otra: la frecuencia de lo total. Estados totalitarios, en los que tus sufrimientos los seleccionn -como si de un menú se tratara- tus peores enemigos.

*

Hasta entonces, el guardia estándar del Gulag era producto de esos residuos adormecidos que suelen encontrarse en toda sociedad: sádicos y subnormales (y los onanistas más pálidos, fríos y húmedos), que tenían en sus manos un poder enorme; y en sus mejores momentos, en sus momentos de claridad y franqueza, todos ellos se daban cuenta de eso. Por eso preferían con mucho torturar a un cosmólogo o a un bailarín de ballet que a un violador o a un asesino. Querían a alguien bueno.

*

Estás confundida, querida mía, mi preciosa, si piensas que en las horas previas a la batalla los hombres están llenos de odio. Ésa es la ironía y la tragedia del asunto. El sol se alza sobre la planicie donde los ejércitos se miran cara a cara. Y el corazón de cada hombre está lleno de amor: de amor por su propia vida, por toda vida, por cualquier vida. Amor, no odio. Y no puedes encontrar realmente el oído –que es lo que necesitas hacer- hasta que das el primer paso en el interior de la vorágine de hierro.

*

¿Sabes?, me resulta imposible encontrar a un ruso que se crea esto: “Queríamos lo mejor, pero salió como de costumbre.” Me resulta imposible encontrar un ruso que se lo crea. No querían lo mejor; ningún ruso se lo cree, al menos. Quería lo que obtuvieron. Querían lo peor.

Y ahora sale un médico en la televisión diciendo que algunos de los niños supervivientes “no tienen ojos”.

Gógol, Dostoievski, Tolstói: los tres insistieron en el concepto de un Dios ruso, un Dios específicamente ruso. El Dios ruso no sería como el Estado ruso, pero lloraría y cantaría mientras azotaba con su flagelo.

*

Pero los afligidos necesitan la oscuridad. La luz es la vida, algo insoportable para ellos, al igual que las voces, el canto de los pájaros, el ruido de unos pasos que saben adónde van. Y ellos mismos son fantasmas, y buscan una atmósfera amable con los fantasmas, propicia a la visita de otros fantasmas (o de un fantasma en particular).

*

El suicidio de un superviviente de la esclavitud –sabemos que es bastante común, y a fin de cuentas creo que puedo respetarlo-. Es una forma de decir que mi vida es MÍA y puedo quitármela.

*

Yo había llegado a la meta de la filosofía: sabía cómo morir. Y los hombres NO SABEN cómo hacer eso. Podría ser, incluso, que todos los esfuerzos realmente importantes de los varones, tanto grandiosos como ruines, vinieran dados por esta sola incapacidad. A ningún otro animal se le pide que adopte una actitud ante su propia extinción. Ello resulta terriblemente difícil para nosotros, y cabe pensar que mitiga en parte nuestra mala reputación general… Necesitamos la emoción de las masas para saber cómo morir. Necesitamos ser como todos los demás animales, e ir con el rebaño. La ideología te da emoción de masas, y ésa es la razón por la que a los rusos siempre les ha gustado la ideología.

*

En 1953 descubrí cómo morir. Y se me ha olvidado. Pero sé lo siguiente: las mujeres saben morir con suavidad, como hizo tu madre, como hizo la mía. Los hombres siempre mueren atormentados. ¿Por qué? Hacia el final, los hombres rompen con el hábito de toda una vida, y se ponen a culparse a sí mismos con severidad de varones. Las mujeres rompen también con su hábito, y ya no se echan la culpa de las cosas. Perdonan. Nosotros los varones no sabemos hacerlo. Y me refiero a todos los hombres, no sólo a los viejos violadores como yo –también los grandes pensadores, los grandes espíritus tienen que hacer el trabajo: dilucidar “quién hizo qué, y a quién”.

Deja un comentario